4 de diciembre de 2008

El Rooibos envenenado



Tengo vecinos nuevos, nuestros patios están separados por flores y plantas que al menos nos regalan una cierta intimidad visual. La pared del dormitorio parece coincidir con el suyo, sin secretos pues, ni siquiera esos que ante tu pareja ocultas.
Noche tras noche oigo sus palabras. Aunque se escucha voz de mujer, la suya predomina, monologa y casi me atrevería a decir que le gusta escucharse. Alguien con ideología, de esos que dicen tener sólidos “principios”; estancados y rígidos diría yo, si tenemos en cuenta la severidad con la que trata a lo que supongo sus amigos, o al menos, conocidos:
-¿Te has fijado esa Carmen? Vaya vanidad con patas…, en realidad tenía un puesto en no se qué empresa, según me contó, pero le han ascendido y desde entonces viene con otras maneras…. Insufrible vamos-.

-Pues mira también la señora esta que ni el nombre me viene, zafia, inculta, conversación de tres al cuarto… ¡qué aburrimiento! Pero hay que aguantar, al fin y al cabo se me planta a las cinco de la tarde, día tras día, y bueno es tener clientela fija…

¡Y las joyas que vienen juntos! ¿Se creerán ingenieros informáticos? Hoy en día cualquiera que hace unos pinitos en esta materia o aquella ya se cree licenciado por Harvard y Master en Columbia…-

Un día, otro día, desgranando esas perlas y muchos diamantes más que no voy a relatar porque sólo redundarían en mostrar y demostrar el desprecio absoluto que esta persona siente por las demás. En fin, escuchar una y otra vez el necio triunfalismo de la élite a la que cree pertenecer.
Poco a poco esa voz se me ha ido grabando en la mente al punto que, sobre todo durante la siesta, esa hora mágica en que la digestión de los alimentos hace posible casi cualquier cosa, fantaseo con que las plantas hablan. No deja de ser curioso escuchar el parloteo del patio. Hasta juego a ponerle ciertas variaciones a su tono, de modo tal que tengo un geranio de voz atiplada; un ficus enorme y precioso, que vaya usted a saber por qué le adjudico uno desabrido y desagradable, quizá en recuerdo de esas viejas películas, en las que un tipo de voz semejante a la del vecino, salía de la garganta estertórea de una bruja abyecta y retorcida.
Y pasaban los días. En uno de tantos, mientras daba cumplimiento al paseo de la tarde, decidí transgredir el recorrido habitual y di la vuelta por la calle de atrás del portal. Suelo ir abstraído, pues en mí, las mejores reflexiones parecen surgir de este modo errático de caminar. Qué fue lo que hizo que levantara la mirada no lo se, pero allí estaba…, luces de neón alegres pero sobrias anunciaban un nuevo, al menos para mi, negocio en el barrio,
“La Tetería”…, arrastrado por los aromas no pude evitar caer en la tentación y entré. Un interior con mucho estilo, se veía que lo había diseñado un profesional, o al menos alguien que sabe lo que gusta en estos tiempos modernos; toque minimalista, es decir, casi sin toque, comodidad y un cierto claroscuro. La carta bien diseñada y ordenada, los precios adecuados. En la mente surgía como margarita, ¿te verde? ¿rojo?. Colores, olores y sabores revoloteaban en el interior de la cabeza; tal variedad de hierbas me fascinaba y hacía difícil la decisión. Ya se, ni uno ni otro, un rooibos. Esa plantita africana mal llamada te ya que no contiene ni un ápice de teína, un rooibos con aroma a cítricos y canela. Sin más dilación, no fuera a ser que cayera otra vez en el penduleo de la indecisión, busqué con la mirada al camarero, aunque por su porte y atuendo más bien parecía el dueño del establecimiento. Diligente y con una sonrisa en los labios vino a atender. Un rooibos por favor, este, sí, el de canela y un toque de limón.

-Un rooibos especial, buena elección caballero-.

Las gafas cayeron de las manos del sobresalto, pero…, pero ¿Dónde estoy?, ¿Desde cuándo mi ficus habla? Rápidamente, pasado el primer susto, la mente ordenó todo aquel galimatías. Mientras, su sonrisa se abría y abría hasta que ya no fue sino caricatura de si misma. La delicadeza y simpatía se habían transformado en la cínica crueldad de esa vieja bruja criticona que tan conocida me era. Consternado, y sí, por qué no decirlo, también asustado de verme sometido a sus deleznables juicios me levanté y lo más rápido que pude abandoné el saloncito.Una vez a salvo, ya en la calle, un suspiro de alivio surgió de lo más profundo de mi ser…..No, no tomaré rooibos envenenado, mejor el poleo de siempre y eché a caminar hacia el bar de toda la vida. En él, paso unas tardes mejores, otras peores, algunas aburridas por demasiado cotidianas, pero nunca hasta el momento envenenadas.






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